lunes, 30 de agosto de 2010

Madrid, 30 de Noviembre de 2009

" Supongo que quizás necesitaba esto. Marcharme lejos unos días. Alejarme de la rutina, del día a día. Aparcar a un lado todo lo que me preocupa, todo lo que consigue rallarme hasta tal punto que me anula por completo.


Decidí pasar unos días fuera, lo suficientemente lejos como para ser capaz de disfrutar de ese “parón” que tanto necesitaba. Supongo que el destino y la compañía fueron los factores más acertados.

Madrid, y su mosaico de gentes, de culturas, estilos, personalidades. Un puzzle inmenso en el que tan sólo representas una pequeña pieza que lo forma. Puede que pequeña, muy pequeña. Pero no insignificante. Su ambiente, sus calles, su luz propia. Es capaz de absorberte íntegramente, para disfrutar de ti, para disfrutar contigo.

Y ella, “con su confianza aunque pasen siglos”. Puede que no fuesen exactamente éstas las palabras que un día me hicieron llorar, llorar de felicidad. Sólo recuerdo lo que pretendía con ellas.

19:05. Sentada en el “Coche 6, 6 A”. Aquella señorita indicaba el que sería el comienzo de mi experiencia. Tras un largo y pesado viaje en tren, recorriendo caminos en los que jamás antes me había fijado, sensaciones en las que jamás antes había reparado.

El curso del tren sobre sus raíles me conducía a adentrarme un poco más en esta reflexión que me persigue durante meses. Recordaba mensajes, promesas en el aire. Todo me parecía tan inalcanzable, tan falso. Deseaba poder esperar algo más de ti y , sin embargo, sabía que no podía esperar nada.

Tan sólo una respuesta a mi sms: “Sí, todo OK… Por cierto, enhorabuena por tu carné, ya te queda muy poquito… Un besazo guapa, espero que todo vaya bien…”

Pues no. Nada va bien. ¿Debería haber respondido? ¿Debería haberte dicho que hacía este viaje por ti, para estar un poco más cerca de tus huellas, para estar un poco más lejos de ti? No, no debería responder.

Al fin llegué a mi destino. Mi apoyo aquellos días me esperaba en la estación. Nunca imaginé que el mejor regalo que me acompañaría en mi regreso sería este deseo tremendo de expresar en un par de folios todas las sensaciones que me llevaba conmigo, tantos momentos de risa, llanto, reflexión. Compras, paseos, morirnos del frío, un breve recorrido turístico por el centro y sus mejore bares. Chueca, el Tigre, la Puerta del Sol, Princesa, Fuencarral. Mariachis, la señora de la paloma de la Paz, fotos en cualquier lugar. Pero, sin duda, aquel momento. Simple, pero único. Un café bien caliente en el Starbucks de Plaza España, ella, yo, y Madrid a nuestros pies. Pasamos horas conversando, sincerándonos la una con la otra. Organizando cómo serían las próximas semanas hasta Navidades, tratando de ocuparlas para no pensar. Como siempre. Tuvimos aquella “terapia” que tanto habíamos necesitado. Lo mejor de ellas es que, solo en ese momento, puedes soltarlo todo. Puedes derramar lágrimas sin explicación, dejarte llevar por sensaciones sin sentido alguno, por la incoherencia de tus frustraciones. Aunque siempre se encuentra una solución a todas las trabas que se habían presentado, a todos los problemas que dabas por perdidos. Una solución pensada, premeditada, perfecta. Aunque lo difícil fuera llevarla a cabo.

Puede que la síntesis de todo esto sea que disfruté del momento siempre que pude, siempre que logré apartarte un poco de mí. Aunque nada fue suficiente. Nada logró apartarme de esa situación que me mantiene completamente sumida. Me agarra con fuerza, con descaro, sin clemencia.

Tan sólo cabe esperar el fin de este paseo por la tortura, por esta locura que me acompaña a cada paso que doy. Tan sólo cabe esperar que me permitas volver a ti. Que vuelvas tú a mi. "


Quizás sea una historia algo aparcada en mi día a día como para iniciarme en este ambiente, pero nunca quedará en el olvido. Siempre formará parte de mí y de lo que hoy soy. Eso le ofrece ese toque de especialidad, el que me mueve a compartirlo, el que me incita a recordarlo.
Gracias, Amiga.